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El panorama económico-financiero se ha oscurecido de manera significativa. En esta ocasión, sin embargo, la crisis no se originó en algún país emergente. El mercado inmobiliario norteamericano se expandió más allá de sus posibilidades reales y, al perder su base de sustentación, los agentes económicos terminaron por reconocer plenamente la baja calidad de las hipotecas (sub prime). Se elevó la aversión al riesgo y la incertidumbre desencadenó una liquidación masiva de activos financieros (naturalmente acompañados de su repentina depreciación). Entonces, la burbuja se desinfló, provocando una crisis financiera de grandes dimensiones que terminó por arrastrar a otros ámbitos económicos y financieros a nivel mundial.
El impacto ha sido profundo y alcanza a un gran número de países. Por tratarse de nuestro principal socio comercial y porque muchas de la empresas extranjeras instaladas en México son de origen estadounidense, en nuestro caso la afectación pasó rápidamente de lo específicamente financiero a lo económico en general. Además, por si fuera poco, en el primer semestre de 2009 un brote de influenza provocó una declaratoria de emergencia epidémica que terminó por agravar la crisis. Los planes de austeridad instrumentados por diversas empresas implicaron ajustes de personal, cambio en sus objetivos de crecimiento y hasta cierres definitivos. La medida completa del impacto ocasionado en el mediano y largo plazos todavía está por conocerse.
Pese a ese entorno complicado, la fortaleza de las instituciones financieras en México ha sido clave para amortiguar (y en muchos casos evitar) los efectos de la crisis. El impacto ha sido, hasta cierto punto, moderado en este campo. La desaceleración en el financiamiento es innegable, aunque ciertamente se trata de un proceso de más largo aliento y que ya que se venía presentando desde tiempo atrás, en razón de los niveles extraordinarios de dinamismo que había mostrado. No es pues un fenómeno exclusivo de la crisis, la que en todo caso ha sido agravante, pero no la causa. Hacia la mitad del año 2009 finalmente se cruzó el umbral y el financiamiento registra un comportamiento negativo.
Ante el recuerdo de la crisis de 1995, la evolución de la cartera vencida despierta algunas voces de alarma, pero aunque es un tema delicado, estamos muy lejos de encontrarnos en una situación de emergencia. La operación bancaria ha transcurrido con “cierta normalidad”. Entrecomillamos el calificativo, porque si bien estamos en una situación económica difícil, ello tampoco se ha combinado con una condición de debilidad por parte de las instituciones financieras. Muy al contrario, la fortaleza de las mismas ha contribuido a mantener la confianza en una pronta recuperación. No se trata de una visión triunfalista del desempeño de la Banca. Simplemente refleja la fortaleza de sus indicadores y el potencial de su contribución presente y futura al crecimiento.