Versión estenográfica Acapulco, Gro., 19 de marzo de 2009.
DRA. AMPARO ESPINOSA RUGARCÍA
Ciudadano Presidente, Felipe Calderón, señora Calderón, señor Gobernador, Presidente Municipal, autoridades financieras, amigos banqueros, familia, amigos:
Cómo me gustaría que Manuel Espinosa Iglesias, estuviera aquí, aunque si viviera tal vez no estaría, o estaría un poco forzado.
A mi padre no le gustaban demasiado los reconocimientos. Lo suyo era el trabajo, le gustaba trabajar.
Sus legados a México fueron muchos y trascendentes, un sistema bancario, una cadena de cines, museos, clínica de adicciones, hospitales, Universidades, monumentos restaurados, centros de estudios, obras benéficas; pero para mí, su hija, sus dos más grandes legados fueron su dedicación al trabajo y el inmenso amor a México.
Decían que era frío, como esos esquimales que cuando uno del grupo cae al agua helada junto con su comida, los demás salvan la comida y no al hombre, saben que el hombre está muerto aunque lo saquen del agua irremediablemente, porque se congelará al salir; en cambio, la comida aún puede salvar a muchos.
Y sí, mi padre era un hombre realista y directo, sin rodeos e eufemismos. Lo que no es bien visto en un país, donde muchos prefieren la magia y la fantasía.
Era discreto en su vivir hasta austero, en un país enamorado de los oropeles. Eficaz cuando muchos postergan las soluciones, a veces indefinidamente.
Él era capaz de aprender de lo nuevo, y modificar rumbos. Manuel Espinosa Iglesias, era muy celoso de su reputación y de su palabra, cuando a veces pareciera que se privilegie a sí mismo.
Era un convencido creyente del valor de la meritocracia, donde abunda el compadrazgo.
Para él no existían días de descanso, ni tampoco vacaciones, lo que le traía dificultades con la familia.
Cuando murió, un sacerdote lo llamó un católico ejemplar y no sé qué tantos clichés y falsedades. Todavía hoy me recrimino el no haberme subido al púlpito para desmentirlo.
Mi padre no era un católico ejemplar, tampoco un marido o un padre modelo, mucho menos un santo. Él fue lo que no dijo el sacerdote, un hombre que se dio todo en vida y que le entregó a la muerte sólo el esqueleto.
Manuel Espinosa Iglesias amó entrañablemente a su país porque conocía su alma, lo que no muchos podemos decir. Recorrió México de punta a punta varias veces. Primero cuando tuvo salas de cine, luego abriendo las filiales del Sistema Bancos de Comercio, que colocó a la cabeza de los Bancos de Latinoamérica mediante la reinversión constante de utilidades.
Literalmente al día siguiente de que le expropiaron su Banco estaba ya negociando arreglos con el Gobierno que lo había expropiado. Meses después, fue el primero en dar un cuantioso donativo para las víctimas del temblor.
¿Qué haría un hombre como Manuel Espinosa Iglesias en la situación que está viviendo el país? En los momentos claves de mi vida, yo siempre me pregunto qué haría mi padre. Entonces recuerdo su lema favorito: “De lo perdido, lo que aparezca”
Yo sé que él enfrentaría la crisis con audacia y decisión, sin nostalgia de los tiempos idos y desde su expertis, como lo hizo siempre, como de hecho lo está haciendo a 10 años después de su muerte, a través de la Fundación Exrum, de la que fue legatario y yo presido, que fiel a su espíritu, abierto a un Fondo de emergencia para recapacitar desempleados y apoyarlos económicamente en el proceso.
Antes que José López Portillo muriera, yo publiqué un desplegado pidiéndole que se disculpara por haber difamado sin pruebas a mi padre, nunca lo hizo. Yo siento muchísimo que Manuel Espinosa Iglesias no pueda vivir este momento en que la Banca le corresponde. Por él y por México, se necesitan figuras ejemplares.
Celebro y agradezco mucho este reconocimiento a quienes tuvieron la iniciativa. Y sí, el padre de mis sueños es un padre aún mejor cuando lo miro despierta, porque es un hombre, sólo un hombre, pero un hombre cabal.
Muchas gracias.
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